domingo, 30 de mayo de 2010

La renuncia y la aceptación

El tercer aspecto del entrenamiento en cinco puntos se refiere a la noción de inaprensibilidad. Así como el aire es inaprensible e invisible, la naturaleza esencial de todo es igualmente inasequible al mental, más allá de toda aprehensión. La meditación sobre la vacuidad y la inaprensibilidad de todas las cosas constituye la base práctica de este tercer aspecto del trabajo del aprendiz.
Este aspecto del trabajo interior se relaciona con el aire. Símbolo de movilidad y de comunicación, el aire es una representación general del espacio. La meditación de la incognoscibilidad debe llevar al aprendiz a concebirse como parte del espacio más que como entidad separada de su medio ambiente. Si reflexiona profundamente en todos los elementos que lo constituyen, el aprendiz descubrirá que es el producto puro del espacio y que no tiene ninguna realidad personal. Su cuerpo es producto del exterior, su pensamiento es producto de un aprendizaje importado en su sistema y no tiene ninguna realidad independiente del resto del mundo. Todo está en relación con todo y la idea de un yo separado del universo es una simple impresión del espíritu. Este aspecto de lo real nos responsabiliza y nos hace comprender que no estamos solos en el mundo. Nuestras acciones, pensamientos y emociones tienen consecuencias sobre todo lo real. Generando un gran sentido de la responsabilidad, esta meditación va más lejos aún, volviendo a poner en cuestión la idea misma de una existencia separada e independiente. Sin las estrellas, yo no existiría. Sin el sol, no existiría. Sin la tierra, el agua, el fuego y el aire, yo no existiría.
Sin mi padre, mi madre, mis amigos, la sociedad y toda la humanidad, yo no existiría. Yo mismo, como entidad independiente del universo, no tengo existencia alguna. He aprendido a andar viendo andar a los demás, a hablar viendo hablar a los otros. Si hubiera crecido entre lobos, no sabría caminar, pensar ni hablar. Todo lo que soy me ha sido comunicado por el espacio exterior. En estas condiciones, hablar de una liberación personal es una aberración. No puedo ser libre si el resto del universo queda prisionero. La profundidad de esta meditación debe conducir al aprendiz a la renuncia total a los frutos de su práctica. La liberación personal es un mito y el ego no puede esperar liberarse. Debe ocurrir una renuncia total a este sueño infantil del materialismo espiritual, gracias a las prácticas y técnicas propias de este aspecto del trabajo del aprendiz. Debe despedirse definitivamente de las falsas esperanzas de liberación y de las promesas de Luz. Porque en el camino de la iniciación, no hay ninguna promesa al ego y ninguna esperanza le es dada. Sin embargo, la renuncia solo es posible en la medida en que el principio de inaprensibilidad ha sido perfectamente integrado. El yo es una noción inaprensible en el sentido en que no existe nada como un ego susceptible de vivir independientemente del resto del universo. El aire es el espacio comunicacional que da coherencia al Todo. No hay ninguna realidad independiente y la misma naturaleza del Todo es incognoscible e impalpable. Así pues, el aprendiz es conducido a la renuncia por una comprensión muy clara de la naturaleza vacía del yo. No le basta afirmar alto y fuertemente que el viejo hombre es impotente para hacer algo para liberarse. En efecto, la experiencia muestra que en detrimento de esas bellas afirmaciones, el alumno sigue sugestionándose de una posibilidad de liberación personal, incluso después de años de práctica. Por eso conviene tanto vivir profundamente esta verdad de la ausencia de promesas y esperanzas para los valores del ego. Éste no puede ser liberado ni salvado, muy simplemente porque no tiene realidad objetiva. Además, el aprendiz no está conducido solamente a renunciar a la liberación personal, sino que también toma conciencia de la necesidad de participar en el mundo y contribuir con el servicio desinteresado a la liberación de todos sus hermanos humanos. Sintiéndose responsable y solidario con el mundo, el aprendiz renuncia a trabajar para sí mismo y orienta la intención de su búsqueda hacia el bien de todos los seres vivos, en un paso caracterizado por una total ausencia de expectativa personal de recompensa espiritual.

Un aspecto no despreciable del trabajo de este nivel está constituido por la comprensión muy completa del carácter abierto e incognoscible de todo. Una comprensión bien clara de este principio conduce a la renuncia completa de las pretensiones espirituales del yo, que no puede ni saber, ni captar lo real por lo retorcido de sus proyecciones mentales. Esta incognoscibilidad es plenamente aceptada como parte de la naturaleza de la realidad. Si el trabajo de este nivel se sigue con total seriedad, desemboca necesariamente en la renuncia a quien renuncia y a la incognoscibilidad de quien acepta la incognoscibilidad. El yo reencuentra entonces su naturaleza esencial, que es espacio puro, pura vacuidad.

A cada instante creamos nuestra realidad, cuando se trata a lo sumo de una de las posibles percepciones de una parte de la realidad. Mientras nos enganchamos a nuestra idea de la realidad, no podemos comprender el carácter altamente incognoscible y mágico de lo real. Por eso, es importante meditar sobre este aspecto inasequible e invisible del aire, del espacio, del vacío, de lo real. Imaginad por un momento, que nuestros ojos pudieran percibir otras frecuencias de la luz. Los rayos X, por ejemplo. El mundo exterior nos parecería entonces muy distinto, nos sumergeríamos en un universo translúcido, donde todas las cosas se superpondrían, por transparencia; más o menos como sonidos musicales que se mezclan. Imaginad este entorno. Todo ahí sería diferente, nuestros hábitos, nuestro comportamiento, nuestra personalidad, modificaría a toda nuestra existencia profundamente. Viviríamos otra realidad y sin embargo, se trataría siempre del mismo mundo, el que existe aquí mismo, en el momento en que escribo; solo nuestra relación con el mundo habría cambiado. Es muy necesario comprender que lo real no se para ahí donde dejamos de percibirlo. Lo que nos muestran nuestros ojos, solo son nuestros límites, no los de la realidad. Si desplazamos o si abrimos estos límites, nuestros límites, nuestra conciencia, nuestra vivencia de la realidad se transforman totalmente. En este ejemplo de los rayos X, se trata de nuestros límites fisiológicos, que pueden superarse con instrumentos ópticos, pero cuya apertura no se realiza verdaderamente en nuestra vivencia cotidiana, seguramente porque los instrumentos que la producen no nos acompañan en cada momento, pero sobre todo porque esos instrumentos son ampliaciones para el ojo, que en sí mismo es un instrumento y que este conjunto instrumental está al servicio de un espíritu que tiene también sus límites: límites culturales, racionales... Es éste el nivel al que deben abrirse nuestros límites, para cambiar radicalmente nuestra conciencia de lo real. Estos límites, cuando nos son comunes, son extremadamente útiles, porque mantienen nuestras conciencias en simbiosis, al mismo nivel de lectura de lo real. Así, viviendo unos y otros la misma interpretación del mundo, podemos encontrarnos en ella, comunicarnos, intercambiar informaciones, actuar juntos, fabricar un lenguaje, una cultura. Lenguaje y cultura que, de rebote, fabrican nuestros límites. Los límites engendran lo que les engendra, el sistema se muerde la cola, el ciclo se recicla y gira... Así, cada día nos despertamos en la misma realidad que el día anterior. Esta cosa es como esto y se llama así, esta otra es como eso y se llama “asá”. Es sólido y concreto. Pero el trabajo del tercer aspecto del entrenamiento en cinco puntos hace saltar esas seguridades. En la conciencia ordinaria, pagamos cara esa comodidad, porque mientras mantenemos esta realidad, esta realidad nos mantiene en ella y estamos sujetos a ella, hasta el punto que olvidamos que esta realidad usual solo es la parte visible del iceberg, que forma parte de una realidad infinitamente más vasta que no se queda donde dejamos de percibirla y comprenderla. Entonces, olvidando esta totalidad, somos llevados a negar todo lo que no entre en nuestros límites y sobre todo, todo lo que podría sacudirlos, sacudirnos. Necesitamos defender nuestro territorio contra todas las “imposibilidades” molestas que se encuentran al otro lado y que buscan infiltrarse por las grietas de nuestro razonamiento, abriendo las puertas de nuestras paradojas, para llegar a introducir el caos en nuestro pequeño rincón de realidad tan bien ordenado. A cada instante creamos nuestra realidad y sobre todo, nos las arreglamos para REcrear la MISMA realidad, ésto, con el fin de mantener esos límites aseguradores, mantener nuestra realidad. En el fondo, el espacio nos aterroriza y buscamos protegernos. Para ello disponemos de una cantidad de “trucos” y “sistemas” que nos sirven para acomodar y asimilar lo real. El trabajo del tercer principio del entrenamiento en cinco puntos, pone la atención pues, tanto en la meditación de esos trucos, como en sacarlos a la luz.

El simbolismo del aire en este grado, evoca también la noción de transparencia. Se trata de encontrar directamente lo real, sin ninguna proyección del mental y sus puntos de referencia. Es cierto que no se trata en este estado de un Despertar total. Sin embargo, el trabajo realizado a este nivel permite descubrir un espacio empírico portador de las cualidades del Despertar e inductor de clarividencia.
El tercer punto permite pues despertar las siguientes potencialidades: transparencia, responsabilidad, incognoscibilidad, inasequibilidad, movilidad y apertura de los moldes conceptuales, capacidad de confundimiento y unidad, vastedad y espacio, renuncia al yo y aceptación profunda de ser solidario con lo real. Aceptación de lo que es.

Al nivel del ritual, este aspecto de la práctica está también encarnado por el instructor y puede expresarse de modos muy variados. El aprendiz tiene la impresión constante de ser percibido desde el interior. No deja de estar contrariado en su voluntad de apego y le parece que el instructor se mueve en un registro totalmente distinto al suyo, como si se situase según la perspectiva de otra realidad. El misterio y la magia que se siente tras el funcionamiento mental del instructor forman parte de este tercer aspecto del entrenamiento en cinco puntos. Para el aprendiz, ésto produce una sensación difusa de amenaza para sus esquemas mentales. Un miedo inexplicable le sacude por momentos. Se siente desnudo, completamente a la vista. El instructor está en posesión de los puntos de referencia del aprendiz, y los usa mucho mejor aun que el aprendiz mismo. Por el contrario, ningún punto de referencia parece convenir para el instructor que permanece incognoscible, lo cual pone al aprendiz en una posición bastante delicada. En este estado, el aprendiz se siente ciertamente muy vulnerable.


Original de Jean-Luc Colnot
Traducción de Francisco Hidalgo en Axis.

domingo, 16 de mayo de 2010

La impermanencia y la muerte

En el transcurso del trabajo vinculado al primer aspecto del entrenamiento en cinco puntos, el aprendiz ha tomado conciencia del milagro que constituye el simple hecho de vivir. Al abrirse y hacerse disponible a este principio, su actitud ha cambiado profundamente. No comprende este milagro solo con la cabeza, sino que igualmente, tiene el sentimiento y la sensación de dicho milagro. Esta verdad está profundamente anclada en él; la ha visitado en sus múltiples aspectos a través de una práctica destinada a poner de relieve lo que todo el mundo conoce y que nadie experimenta realmente, salvo en raras ocasiones. La condición extremadamente preciosa de la experiencia humana le aparece con fuerza y siente que no conviene despilfarrar su potencial extraordinario. Debe aprovechar intensamente las Gracias que cada momento pone a su alcance para poder cumplir el trabajo iniciático.

El segundo principio del entrenamiento en cinco puntos está relacionado con el elemento agua. Está basado en otra verdad simple y evidente: nada dura, todo es impermanente. Lo nacido deberá morir, lo aparecido deberá desaparecer, lo compuesto deberá descomponerse. Todo es pasajero, inestable y fluido. Mientras que el primer principio insiste sobre el milagro de estar vivo, el segundo parece subrayar el carácter inevitable de la muerte. El aprendiz deberá conducir una meditación sobre la impermanencia y la muerte que lo llevará poco a poco al desapego y a tomar conciencia de lo que es esencial y lo que no lo es. Su práctica se encontrará purificada de todas las malas intenciones. La ganancia, el renombre, los alagos, los deseos mundanos de reconocimiento, la persecución de lo perecedero se relativizan aquí por el principio de la impermanencia y la muerte. Al realizar el extraordinario valor de la existencia humana, y determinados a hacer de ella el mejor uso posible, podría suceder que, demasiado ocupados en los asuntos de este mundo, remitamos continuamente al futuro nuestra práctica espiritual. Sin embargo, tal actitud está totalmente desprovista de fundamento. Si tuviéramos la certeza de vivir mucho, hasta cierta edad, podríamos hacer planes de practicar la vía en el futuro; pero realmente podemos morir en cualquier momento y no disponemos de ningún medio para huir de la muerte. Allá donde nos escondamos, la muerte nos alcanzará. No hay ningún modo de apartarla. Ella toca al pobre, al rico, al célebre y al desconocido, al niño y al viejo, al sabio y al loco. Meditando sobre ésto, al tomar conciencia del carácter inevitable de la muerte y del hecho de que ignoramos cuándo llegará nuestra hora, podremos obrar progresivamente una transformación en las actitudes de nuestro espíritu. Despilfarramos nuestra vida en actividades rutinarias y la muerte sobreviene súbitamente, poniendo fin a nuestra existencia. Realizando la impermanencia de nuestra existencia, llegaremos a rechazar la idea de más esperas para consagrarnos al trabajo inciático y tomar la decisión de aplicarnos a él desde ya, sin dejarnos ir en tergiversaciones engañosas. Esta conciencia de lo que es importante y de lo que no lo es se hará más precisa. Las cosas llegarán a ocupar su verdadero lugar. Porque si bien tenemos la certeza de la muerte, no tenemos ninguna certeza en cuanto al momento en que se producirá. Debemos pues aprovechar la existencia presente, con el fin de realizar el trabajo interior para el cual vinimos a la existencia.
A modo de ejemplo, presento un ejercicio correspondiente al segundo principio del entrenamiento en cinco puntos. Está destinado a desarrollar cualidades indispensables para nuestro caminar y se compone de dos partes: una meditación sobre un tema y una práctica en la vida activa.
Se empieza por una meditación clásica. Después de un cuarto de hora, nos tumbamos sobre la espalda, brazos y piernas separados, como un pentagrama viviente. Nos relajamos, después meditamos sobre lo siguiente. “Todo lo que está ahí va a desaparecer, todo lo que soy va a morir”. Esta meditación no debe limitarse al hecho de saber que se va a morir. Por el contrario, hay que experimentar el sentimiento de esta muerte, hacer viva en la conciencia la realidad de esta muerte. Si no lo conseguimos, la visualización puede mostrarse útil. Imaginemos nuestro cuerpo corroído por los gusanos, su olor de muerte y pudrición. Una vez convertido en esqueleto, vemos los huesos hacerse polvo, hasta que ya no queda nada. Para que esta práctica sea eficaz, conviene no hacerlo situando su cuerpo delante de sí, como si se tratase de cualquier otro. Al contrario, realmente se trata de nosotros... Podemos soñar igualmente lo que quedará de nuestro yo, de nuestros pensamientos, de nuestras emociones. Podemos pensar en el sentimiento de tristeza y en todas las lágrimas que provocará nuestra muerte. Si ésto no es suficiente, podemos conducir esta meditación por un cementerio. Esta práctica parece morbosa, pero la muerte no tiene nada de morboso. En realidad, si nuestro yo se condicionó muy temprano para hacerse creer que era inmortal, nuestro cuerpo, en lo que a él se refiere, sabe mucho mejor que nosotros que es mortal. Por eso, cuanto más impliquemos al cuerpo en nuestra meditación, más eficaz será ésta. Una serie de respiraciones profundas durante 20 ó 30 minutos, manteniendo en el espíritu la verdad de nuestra muerte. Ésto puede acarrear espasmos, miedos irracionales, etc..., pero hay que continuar el ejercicio, hasta que la calma vuelva, al aceptar profundamente la idea de la muerte, incluso por nuestro cuerpo.
Puntos desarrollados en esta práctica: el desapego, la conciencia de la impermanencia, la aceptación, la compasión y el amor, la paciencia (porque todo pasa, hasta la prueba), el sentimiento de urgencia del trabajo, la constancia, el compromiso, el paso a través del miedo, y por tanto el soltar, el respeto a la vida.
Para que dé resultados efectivos, esta práctica debe usarse durante varias semanas. Podemos retomarla cada vez que sintamos que la necesitamos. Igualmente, podemos ritualizarla.

En cuanto a la práctica en la vida activa, ésta consiste en que cada vez que digamos adiós a alguien, tomemos conciencia de su naturaleza mortal: “Un día u otro, ella, él también morirá. Y yo también moriré”. Este sentimiento desarrolla una gran compasión. Podemos unirle el sentimiento del carácter imprevisible de la muerte. Puede que no volvamos a ver nunca más a la persona de la nos hemos despedido. Esta práctica es muy potente. Podemos también extenderla a las situaciones: “Ésto ocurre, ésto pasará”.

El segundo aspecto del entrenamiento en cinco puntos encarna una gran fluidez. Ya que todo es pasajero e impermanente, conviene estar muy desapegado, a fin de poder seguir el flujo de lo que es. El trabajo asociado con este aspecto desarrolla una sabiduría similar a las cualidades del agua. Esta gran fluidez parece encarnada por el instructor en el momento del ritual. Las palabras parecen brotar con espontaneidad y fluidez. Se corresponden exactamente a las necesidades del instante. Los gestos desprenden una gran armonía. Como el agua, el instructor se parece a un espejo. Todo lo refleja y nada retiene. Y al verse así reflejado, el aprendiz aprende mucho sobre sí mismo, él quién se creía permanente, independiente del flujo de la vida.


Original de Jean-Luc Colnot
Traducción de Francisco Hidalgo Salado en Axis.

martes, 4 de mayo de 2010

La evidencia de la Gracia

La primera práctica del entrenamiento en cinco puntos, descansa sobre este principio simple e indiscutible: Estamos vivos. A primera vista, puede parecer extremadamente simplista fundar una práctica espiritual sobre una evidencia así. En el fondo, sabemos muy bien que estamos vivos y no vemos cómo podríamos profundizar más en esta verdad que parece obvia. “De acuerdo, estoy vivo. ¿Y qué?”.

Sin embargo, a través de la meditación frecuente de esta idea : estamos vivos y conscientes de ello; esta cuestión puede conducir a numerosas realizaciones interiores.

El hecho de estar vivo es sin duda el misterio más grande y debemos apreciar profundamente el carácter raro y precioso de nuestra existencia. Hemos venido al mundo, nuestro corazón late y somos conscientes de estar en vida. Es absolutamente extraordinario. Tenemos ojos para ver, orejas para oír, pies para caminar y una boca para comer. Todo ésto es infinitamente bueno. Estas cosas que damos por sentado son realmente maravillosas. Por eso, la meditación sobre el hecho de estar en vida nos conduce a descubrir la Gracia evidente y ordinaria que nos acompaña en cada segundo.

La existencia humana es extraordinariamente ordinaria. El que podamos ver y oír es extraordinario. El que podamos respirar y pensar es del todo milagroso. No hay que esperar a la manifestación de los estados superiores de la conciencia, para darse cuenta de la extraordinaria sabiduría que preside en el simple hecho de estar vivo. Todo en nuestra existencia natural es de una precisión inaudita. Nuestro metabolismo, los órganos de la percepción, las diferentes funciones de nuestro cuerpo y de nuestra psique; más aún, la naturaleza que nos rodea, el aire que respiramos y que parece tan perfectamente concebido para mantenernos en vida, el agua que bebemos, la boca que nos permite beberla y el conjunto de nuestro sistema corporal de asimilación; todo ésto es realmente extraordinario y milagroso. Y el más grande de los milagros, es que podamos darnos cuenta y ser conscientes de estas maravillas.

La primera práctica del entrenamiento en cinco puntos está ligada a la tierra. No se trata de lanzarse a grandes especulaciones metafísicas, sino de mirar simplemente en qué se basa nuestra existencia. La tierra sobre la que estamos es fundamentalmente buena y generosa. El aire no rehuye a nuestros pulmones ni el sol a nuestra mirada. Todo está abierto y disponible. Al mismo tiempo, el hecho de estar en vida es extremadamente concreto. No se trata de mirar hacia el cielo en busca de milagros y maravillas, porque lo milagroso y lo maravilloso están ahí, en cada momento.

En el fondo, estamos llevados por la Gracia. Disponemos de recursos inmensos que se nos abren continuamente. Podemos respirar, beber y comer, y ésto es ciertamente extraordinario y bueno. Pero estamos tan acostumbrados a buscar más y a concentrarnos en lo que nos falta, que olvidamos lo que ya está ahí.
Ya no vemos el milagro de nuestra existencia y la bondad fundamental que nos mantiene vivos. Sólo cuando estas cosas simples llegan a faltarnos, nos damos cuenta de su inestimable valor. El primer grado del entrenamiento en cinco puntos nos devuelve a la simplicidad de nuestra existencia. Vemos y es maravilloso, sentimos y es fantástico, pensamos y es milagroso. En todo esto hay algo bueno, sólido y concreto que el primer grado del entrenamiento en cinco puntos se encarga de hacernos reencontrar ya de manera consciente. El carácter abierto de las cosas más simples de la vida nos devuelve confianza. El mundo no es nuestro enemigo y tampoco tenemos que conquistarlo. Al contrario, se abre plenamente a nosotros. Nos ofrece aire que respirar y alimento que comer. Si el aire o el alimento llegan a faltar, algo perturba el equilibrio naturalmente bueno de la existencia. Y así, al redescubrir las cualidades simples de la vida, nos descubrimos rodeados de Gracia y sostenidos firmemente por una tierra que inspira confianza y apertura.

Para muchos, la mera meditación sobre este principio del carácter precioso y milagroso de la vida no basta para extraer totalmente de él todas las potencialidades. Estamos tan acostumbrados a quejarnos de ésto o de aquello, que nos olvidamos de considerar las cosas simples que nos rodean en su justo valor, así como la vida misma, que nos hace respirar, hablar, ver, oír y amar. Por tanto, puede ser necesario, cuando se desea realizar plenamente esta conciencia del milagro de estar vivo, recurrir a técnicas más precisas y rigurosas. Así, se le puede proponer al aprendiz participar en una práctica de una semana enteramente dedicada a este principio de la apreciación de estar vivo. Ahora bien, para apreciar realmente algo, a veces puede ser útil ser privado de ello. Así, aquel que se alimenta poco o hace un ayuno, toma mejor conciencia de la gracia que supone poder satisfacer su hambre en la vida cotidiana. Si su sueño, durante la práctica, se corta o perturba, entonces tomará conciencia de la gracia simple y evidente que recibe cuando puede dormir regularmente. Si se le reduce a la inmovilidad, tomará conciencia de la gracia que constituye la posibilidad de movimiento. Si se le mantiene en movimiento, se dará cuenta de la gracia que hay en el hecho de poder reposar, etc. Una práctica de una semana, enteramente centrada en este punto del entrenamiento del aprendiz, puede permitir integrar realmente esta verdad simple de la Gracia natural.
Cuando vuelve a su casa, después de la práctica, el aprendiz ha ganado en fuerza y simplicidad. Aprecia mejor las dádivas de cada instante. Aprecia mejor el hecho de poder comer, dormir, hablar, respirar... Saborea las cosas simples de la existencia y aborda cualquier dificultad a partir de este suelo extremadamente estable de la evidencia de la Gracia.

El objetivo de este texto no es ser exhaustivo y existen muchas más técnicas capaces de desarrollar las potencialidades relacionadas con el primer aspecto del entrenamiento en cinco puntos. Las cualidades generadas por este trabajo sobre la evidencia de la Gracia son las siguientes: Estabilidad, solidez, Fe, sencillez, confianza, presencia, alegría, paciencia, generosidad y apertura.
El aprendiz reconocerá estas cualidades en el instructor, y más concretamente en el momento de celebrar el ritual de aprendiz. En esta ocasión, el instructor da una impresión de gran fuerza y extraordinaria estabilidad. Su actitud parece conectada a la tierra y estar desprovista de toda indecisión. Antes, durante y tras el ritual, el instructor no se pregunta si llegará a encarnar o no el principio espiritual que debe comunicar. No se plantea si el aprendiz va a realizar o no la experiencia de la naturaleza fundamental del espíritu. El instructor no se preocupa de ninguna cuestión y actúa sin el menor atisbo de duda o indecisión. En éste sentido, emana de todo su ser una impresión de fuerza y solidez. Encarna la Fe. Igual que cuándo respiramos no tenemos ninguna duda de que el aire que respiramos está bien ahí, así, cuándo celebra el ritual, el instructor no tiene ninguna duda respecto a la efectividad de la Presencia. Esta ausencia de indecisión da a la situación una potencia excepcional. El instructor no se da la vuelta sobre sí mismo para comprobarse. No se pregunta si va a funcionar o no. Se contenta con estar ahí simplemente, tan sólido como la tierra. Esta actitud espontánea y natural, estable como el elemento tierra, comunica al aprendiz una impresión de potencia y de Fe. Provoca una situación de la que las palabras solo pueden rendir cuenta muy imperfectamente.


Original de Jean-Luc Colnot
Traducción de Francisco Hidalgo Salado en Axis.

domingo, 2 de mayo de 2010

Introducción al entrenamiento en cinco puntos.

El grado de aprendiz no se limita solamente a un ritual de paso, sino que mucho más allá del aspecto ceremonial de la iniciación, se presenta al estudiante una auténtica práctica específica, con el fin de permitirle comprometerse más adelante en la vía del conocimiento de sí mismo y desarrollar las cualidades internas necesarias para un caminar eficaz.

Antes de enumerar y describir someramente la práctica específica del aprendiz, conviene recordar que ésta no anula en absoluto los compromisos anteriores del estudiante. En efecto, esta práctica no está destinada a reemplazar los ejercicios que el estudiante cumplía antes de ser aceptado en el grado de aprendiz. Así, los ejercicios de relajación, de meditación y de observación de sí continúan siendo, más que nunca pertinentes para el grado de aprendiz. Por el contrario, la práctica del alumno profundiza apoyándose sobre las experiencias anteriores. El entrenamiento en cinco puntos del grado de aprendiz viene pues a completar los ejercicios precedentes y no los invalida. No dispensa de la meditación cotidiana ni de la observación de sí mismo. Al contrario, se apoya en la práctica regular de esta primera disciplina de trabajo. Además, el entrenamiento en cinco puntos reposa sobre la base esencial de la Fe, tal como la definimos en el capítulo precedente. Por otra parte, el primer punto de entrenamiento está en estrecha conexión con la Fe, ya que se trata de un trabajo sustentador sobre la Evidencia de la Gracia.

Este capítulo no tiene la pretensión de transmitir todo lo que hay que saber sobre el entrenamiento en cinco puntos y todos los ejercicios susceptibles de ser propuestos a un alumno de este nivel. Constituye solo un recordatorio y un breve resumen de la practica del aprendiz. Conviene pues que el instructor lo complete abundantemente con una instrucción oral y con ejercicios individuales.

Los cinco puntos del entrenamiento del aprendiz siguen un orden cronológico que conviene respetar lo mejor posible. Sin embargo, es necesario señalar que la práctica de los cinco puntos conduce idealmente a la simultaneidad. Además, ciertos alumnos llevan en ellos mismos ya el germen de uno o varios de los puntos de entrenamiento. El instructor puede por tanto, aprovecharse de esta oportunidad para hacer desarrollar por el alumno los puntos que emergen naturalmente y cuando el potencial parezca más disponible en el instante. Es la razón por la que ciertos ejercicios de la práctica en cinco puntos, pueden ser comunicados al alumno antes de su admisión al grado de aprendiz; porque son susceptibles de preparar al alumno a esta admisión, desde que los puntos desarrollados así emergieron naturalmente. Sin embargo, no se trata de comunicar el conjunto del entrenamiento en cinco puntos antes del paso del grado de aprendiz. Además, la adaptación al individuo de este entrenamiento no justifica que se lo desnaturalice y requiere que se le respete lo mejor posible, el orden cronológico.

El entrenamiento en cinco puntos propone cinco prácticas específicas, organizándose cada una alrededor de una verdad muy simple, un principio evidente a la vez que precioso. En el fondo, cada uno de los puntos de la práctica está destinado a desarrollar una comprensión vivida y profunda del principio al que está ligada. Los cinco puntos de desarrollo del grado de aprendiz son los siguientes:



Original de Jean-Luc Colnot
Traducción de Francisco Hidalgo Salado en Axis.